28 de noviembre de 2009

Valentina le dedicó una sonrisa a Noah, y el se la devolvió. Ella lo abrazó con ternura, y le regaló un beso.
Era un beso tierno, lleno de amor, como los de antes, como esos besos que ella extrañaba.
Era un beso casi tan lindo, tan lleno de todo, tan lleno de sentimientos, con esa mezcla de amor y pasión como aquel primer beso que ellos se habían dado.
Extrañaba ese tipo de besos. No es lo mismo un beso drogados, borrachos, un beso pasional, un beso para dar celos, un beso desesperado, un beso con culpa, un beso sabiendo que hay cosas que están mal entre ambos, que un beso como el que ellos se dieron aquella noche.
A partir de esa noche, las cosas comenzaron a ser un poco distintas. Todo se fue enmendando poco a poco.
La banda trataba un poco mejor a Valentina. Probablemente al ver y darse cuenta que las cosas entre ella y Noah volvían a ser como antes, como al principio.
Estaban en Korea, al sur, más precisamente. El concierto en Japón había sido genial, a criterio de Valentina y también de la banda misma.
También las cosas entre Valentina y William se habían arreglado. Habían pasado dos semanas de que se había ido Jackie, nada más, pero al convivir con alguien todos los días o casi todos los días, las peleas no pueden durar mucho.
Valentina se hallaba de compras en Gyeonggi, una ciudad de Korea, en dónde se hallaba la banda. Había visto una camisa tipo kimono bellísima, pero más le gustaron unos zapatos con taco clásico coreano que había visto allí.
Tenía la tarjeta de crédito de Noah a su poder. Se sentía como Julia Roberts en Mujer Bonita.
Pasó por un local de lencería, y divisó un conjunto de ropa interior. Era negro, con brillos en rojo. En el corpiño, estos strass formaban una especie de iguana. Valentina amaba los brillos, por eso compró aquel conjunto sin pensarlo siquiera.
Obviamente ella no sabía hablar coreano, por eso tenía a uno de los guardaespaldas de Draft, como traductor a su disposición. Aquel hombre alto, mulato, de ojos bien pardos, y espalda ancha, manejaba a la perfección siete idiomas: coreano, inglés, francés, chino, portugués, español e italiano. Le había sido de gran ayuda a Valentina en sus compras por corea.
Se había acostumbrado mucho a ese estilo de vida de compras, salidas, fiestas, bares, lujos, drogas, alcohol, rock and roll, champagne y limusina. En esos momentos de vida ostentosa, no recordaba lo mucho que extrañaba a su familia en realidad. Todo ese mundo la distraía, la distraía mucho.
Apenás llegó al hotel, miró la hora. Eran las ocho de la noche en Corea. Había decidido no ir al recital. Quería darle una sorpresa a Noah apenas él llegara.
Perdió tiempo mirando algunas películas. Se aburría, y cambiaba la cinta de video a cada rato, hasta que se cansó. Se fue a bañar y al salir se dio cuenta de que eran las diez y medía. Sabía que más o menos a las once de la noche estaría por llegar Noah y el resto de la banda, así que se apuró.
Se puso ese conjunto que había comprado, se secó el cabello, se maquillo, y arriba de todo eso, se puso una especie de desavillé transparente muy sensual, haciendo juego con el conjunto de ropa interior. Se veía realmente hermosa y sensual, capaz de excitar a cualquiera con tan solo posarse delante de él.
Once y medía, once y cuarenta y cinco oyó que alguien llamaba a la puerta. Supusó que sería alguno de los guardias. Tomó una bata del baño y se la puso arriba de todo eso.
- Sí? - preguntó abriendo la puerta, y se sorprendió un poco al ver a William allí parado, frente a ella.
- Estás sola? - le preguntó el también.
- Y... sí. - aquello era demasiado obvio.
- Jaja, sí, es muy obvio, no? Pero sos tan linda que cualquiera debe tener ganas de entrar a tu habitación.
- Tal vez... pero no cualquiera entra. - Valentina le guiñó un ojo a William y el sonrió. - Dónde está Noah?
- El se quedó con Binzy, Arthur y All tomando algunas cervezas en los camarines. Yo quise venir, más que nada para ver como estabas...
- Estoy bien. No sabés a qué hora viene él?
Valentina parecía un poco desilucionada. Sin darse cuenta se le calló el control remoto que tenía la mano, y descruzando los brazos rápidamente, se agachó para levantarlo.
De lo apurada que estaba, no se había atado la bata, por lo que William pudo ver fugazmente más de lo debido.

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